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viernes, 17 de septiembre de 2010

LA RELIGION

La palabra religión viene probablemente del verbo latino religare, que significa ligar, atar; pues la religión es el lazo que une al hombre con Dios mediante su amor y servicio. Rigurosamente hablando, la Religión es la ciencia que nos enseña el conocimiento de Dios (así como la Aritmética nos lleva al conocimiento de los números, la Religión nos lleva al conocimiento de Dios); también nos enseña los deberes que Él nos ha impuesto y los medios que nos llevan a Él.


¿Qué deberes nos ha impuesto Dios?

Dios por ser nuestro Creador nos ha impuesto tres tipos de deberes:

a) Deberes para con ÉL. Todos tenemos el deber de adorarlo y servirlo.

b) Deberes para con el prójimo. Todos debemos respetar la vida y los bienes del prójimo.

c) Deberes para con nosotros mismos. Todos debemos procurar nuestra salvación.

“Cuando le hacen la pregunta: “Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” (Mateo 22, 36) Jesús responde: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas” (Mateo 22, 37-40) (CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA n.2055).

¿Cuáles son los medios que nos llevan a Dios?

Dios mismo nos ha manifestado ciertos medios muy a propósito para conducirnos a Él; por ejemplo: la oración, los sacramentos y las virtudes.



La Religión encierra tres elementos: el Dogma, la Moral y el Culto.

El Dogma comprende las verdades que debemos creer. La Moral, las obras que debemos practicar. Y el Culto, los medios con los cuales honramos a Dios y procuramos nuestra salvación.

Los tres elementos están compendiados principalmente: el Dogma en el Credo, la Moral en los Mandamientos, y el Culto en la Oración y los Sacramentos.



En el hombre hay tres facultades principales:

1ª. La facultad de conocer, o sea el entendimiento. Así, el entendimiento comprende que es bueno y necesario honrar a Dios.

2ª. La facultad de querer y obrar, que es la voluntad. Así, una vez que conozco que es bueno honrar a Dios, me resuelvo a hacerlo.

3ª. La facultad de sentir, o sea el corazón. Mediante ella amamos o aborrecemos, nos alegramos o entristecemos y experimentamos todos los demás sentimientos.

La Religión perfecciona todas estas tres facultades: el Dogma perfecciona el entendimiento enseñándole las verdades que debe conocer y creer. La Moral perfecciona la voluntad, enseñándole lo que debe hacer y lo que debe evitar para salvarse. El Culto perfecciona a la vez la voluntad y el corazón; la voluntad porque la fortalece mediante la gracia, la oración y los sacramentos; el corazón porque mediante las sagradas imágenes, el canto, la predicación y todas las ceremonias sagradas, hace nacer en él sentimientos de religiosidad y piedad.




RELIGIÓN NATURAL Y RELIGIÓN REVELADA



¿Cómo conocemos a Dios?

Conocemos a Dios de dos modos: por la razón y por la revelación.

a) La razón es la luz natural que Dios ha dado a nuestro entendimiento para conocer las cosas. Así, por la razón conocemos lo que es sumar, o lo que es gramática, etc. También por la razón conocemos varias verdades religiosas, por ejemplo, que hay un Dios, que tenemos alma, y que existe otra vida después de la muerte.

b) La revelación es la manifestación hecha por Dios a los hombres de algunas verdades de orden religioso; por ejemplo, que Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre, y que murió para salvarnos.

El conjunto de verdades religiosas que el hombre puede conocer por la simple luz de la razón, se llama Religión NATURAL.

El conjunto de verdades que Dios ha manifestado al hombre por conducto de la Revelación, se llama Religión REVELADA.



“A pesar de que la razón humana, hablando simplemente, pueda verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia, así, como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas, sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos del pecado original. De ahí procede que en semejantes materias los hombres se persuadan fácilmente de la falsedad o al menos de la incertidumbre de las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas” (Pío XII)

Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error" (CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA n.36-38).



Dios, en efecto, NO HA QUERIDO DEJAR AL HOMBRE ABANDONADO al error, al vicio y a su propia debilidad; sino que:

a) Para librarlo del error, El mismo le ha revelado las verdades que debe conocer y creer.

b) Para librarlo del vicio, El mismo le ha determinado las obras que debe practicar, y las que debe evitar.

c) Para ayudar su debilidad, le ofrece su gracia por conducto de los sacramentos, la oración, etc.



Cristo no dijo solamente: “El que no creyere se condenará” (fe) (Marcos 16, 16), sino también: “Si quieres alcanzar la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19,17); y “Si uno no nace de agua y de Espíritu Santo no puede ver el Reino de Dios” (Juan 3, 5), y “Si no comiéreis mi carne no tendréis vida en vosotros” (sacramentos) (Juan 6, 54).

En consecuencia: sólo podemos conocer, amar y servir a Dios como El quiere y manda aceptando y practicando las verdades, preceptos y medios de santificación que El se ha dignado manifestarnos.







LA REVELACIÓN Ó RELIGIÓN REVELADA



La Revelación es la manifestación que Dios hace a los hombres, en forma extraordinaria, de algunas verdades religiosas, imponiéndoles la obligación de creerlas. Decimos “en forma extraordinaria” para distinguirla del conocimiento natural y ordinario que alcanzamos por la razón.



Podemos distinguir dos clases de revelaciones: la revelación pública y las revelaciones privadas.

1º. Revelación pública es la que ha hecho Dios directamente para la utilidad de todo el género humano. Por ejemplo, la hecha a Moisés en el Sinaí; y la efectuada por Nuestro Señor Jesucristo.

2º. Revelaciones privadas son las que ha hecho a algunas personas para su utilidad particular. Por ejemplo, las hechas a santa Gertrudis, a santa Margarita María Alacoque cuando Nuestro Señor le pidió el establecimiento de la fiesta del Sagrado Corazón y de la devoción de los primeros viernes.



Respecto a las revelaciones privadas conviene advertir:

a) Las revelaciones privadas no forman parte de la fe, ni enseñan verdades nuevas; sino que han sido hechas para ilustrar las verdades ya reveladas, y hacernos adelantar en la perfección cristiana.

b) La Iglesia no las aprueba sino después de maduro examen; y al aprobarlas no pretende enseñar que todo en cuanto en ellas se diga sea verdadero ni mucho menos hacerlas obligatorias. Únicamente garantiza que en ellas no se dice nada contrario a la fe católica y a las buenas costumbres.

c) No podemos despreciar las revelaciones privadas, pues en general, traen enseñanzas de gran utilidad para la vida cristiana.

d) Algunas veces la aprobación de la Iglesia no es una simple certificación de que no hay en ellas nada contra la fe y la moral; sino una afirmación de su origen divino. Esto pasa por ejemplo con las revelaciones del escapulario del Carmen a san Simón Stokc, de la devoción al Sagrado Corazón, a santa Margarita María, etc. Aunque en ningún caso llegan a ser artículo de fe.


La Revelación pública terminó con los Apóstoles; después de ellos Dios no ha revelado nuevas verdades que sean objeto de fe.



EXISTENCIA DE LA REVELACIÓN



En realidad EXISTE la Revelación. Dios ha manifestado a los hombres muchas verdades de orden religioso y moral, en el Antiguo Testamento por medio de los Patriarcas y Escritores Sagrados; y en el Nuevo Testamento, por medio de Jesucristo y los Apóstoles.

La Revelación se divide en primitiva, mosaica y cristiana.

a) La primitiva es la hecha por Dios a nuestros primeros padres y a los antiguos Patriarcas hasta Moisés.

b) La mosaica es la hecha a Moisés y a otros escritores posteriores a él hasta Jesucristo.

c) La cristiana es la hecha por medio de Jesucristo y los Apóstoles.


La revelación cristiana en el dogma, y en la moral, y en el culto es más perfecta que la primitiva y la mosaica, y un grandioso complemento de éstas.

a) En el dogma encontramos en el cristianismo reveladas con toda claridad verdades que en la religión antigua sólo fueron anunciadas en forma más o menos velada y misteriosa. Por ejemplo, los misterios de la Santísima Trinidad, la Encarnación y la Redención.

b) En la moral Jesucristo le devolvió al Decálogo su primitiva perfección. Así, volvió a establecer la unidad e indisolubilidad del Matrimonio, puntos que en la antigua alianza habían sufrido derogación y menoscabo. Igualmente lo perfeccionó en cuanto indicó el amor de Dios como motivo de todas nuestras obras; y en cuanto adicionó los mandamientos con los elevados consejos evangélicos.

c) En el culto las ceremonias de la antigua ley no eran sino una sombra y figura de los Sacramentos y ceremonias de la nueva ley, muy especialmente del Santo Sacrificio de la Misa, centro de toda la religión.



También EXISTEN los argumentos que prueban el origen divino de la Revelación.

Estos son principalmente dos: el milagro y la profecía.

El milagro es un hecho sensible y extraordinario, que supera las fuerzas de la naturaleza. Decimos que es un hecho sensible porque puede ser apreciado por la vista y los demás sentidos; que es extraordinario porque es fuera de lo normal, como la curación instantánea de un leproso; que supera las fuerzas de la naturaleza porque se ve que la naturaleza nunca tendrá poder para tanto, como por ejemplo para resucitar muertos, dar la vista a un ciego de nacimiento o restaurar en un instante los tejidos destruidos por la lepra.

La profecía es la predicción cierta de un hecho que no se puede conocer naturalmente, y que se realiza en la forma anunciada. Decimos que es una predicción cierta porque la profecía no puede ser una simple conjetura o un anuncio más o menos probable; que es de un hecho que no se puede conocer naturalmente porque depende de la libre voluntad de Dios o del hombre y, porque sólo Dios –por su sabiduría infinita- puede conocer con certeza (Cuando el hecho depende de causas naturales como por ejemplo la predicción de un eclipse, el resultado de una enfermedad, NO es profecía, porque entonces se puede prever naturalmente); y, que se realiza en la forma anunciada, pues, la profecía nada prueba si no se realiza puntualmente.



Si nos preguntaran:

1) ¿Cuál es la religión revelada por Dios?

Responderemos: la única religión revelada por Dios es la Cristiana

2) ¿Qué Iglesia tiene la verdadera religión revelada por Dios?

Responderemos: Sólo la IGLESIA CATÓLICA tiene la verdadera religión revelada por Dios. Ella la recibió de Jesucristo (verdadero Dios y verdadero hombre), y por medio de los Romanos Pontífices la ha conservado sin alteración hasta nuestros días.



1) Dios ha efectuado muchos milagros a favor de la Religión Cristiana, para probar que es revelada por El. Citaremos aquí los realizados por nuestro Señor Jesucristo para confirmar su divinidad y la divinidad de su doctrina:



a) Cristo demostró que tenía poder sobre la naturaleza: convirtiendo el agua en vino (Juan 2, 1-12), multiplicando los panes (Mateo 14,15-21), andando sobre las aguas (Mateo 14, 25-27), maldiciendo la higuera (Mateo 21, 18-20), etc.

b) También demostró que tenía poder sobre la vida humana: devolviendo la vista a los ciegos (Juan 9, 1-7), la salud a los leprosos y demás enfermos (Mateo 14, 34-36) y la vida a los muertos (Mateo 11, 5).

c) En alguna ocasión los judíos querían apedrearle porque se decía Dios e Hijo de Dios; a lo cual Jesucristo respondió: “Si no hago las cosas de mi Padre no me creáis. Pero si las hago y no queréis dar crédito a mis palabras, dádselo a mis obras (Juan 10, 22-39).



Dios también ha hecho numerosas profecías para demostrar el carácter divino de Cristo y de su doctrina. Citemos algunas:

a) Sobre el tiempo en que aparecería el Mesías, Jacob, profetizó que aparecería cuando fuera destronada la casa de Judá (Génesis 49, 10); y Daniel anunció que desde el edicto para reedificar a Jerusalén hasta el Mesías trascurrirían setenta semanas de años (Daniel 9, 24).

b) Sobre el lugar y circunstancias de su nacimiento, Miqueas predijo que nacería en Belén y de la casa de David (Miqueas 5, 1-3); e Isaías que nacería de una virgen (Isaías 7, 14).

c) Isaías predijo con propiedad las circunstancias de la Pasión y Muerte del Señor en sus capítulos 50 al 53.

d) El mismo Jesucristo hizo numerosas profecías sobre su Pasión y Muerte (Mateo 20, 17-19), la destrucción de Jerusalén (Lucas 19, 41-44), la propagación de su Iglesia por todo el mundo (Mateo 28, 16-20) y su propia resurrección (Lucas 18, 33).





2) Que la Iglesia Católica sea obra de Dios, se prueba por tres argumentos principales:



I. Su rápida difusión:



a) Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de “millares de judíos convertidos” (Hechos 2, 14). San Pablo escribe a los Romanos, veinte años después de la Ascensión del Señor: “Vuestra fe es anunciada por todo el mundo” (Romanos 1, 8). Tertuliano, célebre defensor del Cristianismo, decía hacia el año 197 DC a los gentiles: “Somos de ayer y llenamos todo vuestro imperio”.

b) El esfuerzo por difundir la doctrina de Cristo tenía que vencer gravísimas dificultades: la sensualidad y orgullo de los hombres, el poderío de los emperadores romanos y de las castas sacerdotales judías y paganas, etc.

c) No contaban con los medios adecuados para ello. Los Apóstoles no tenían ni dinero, ni influencias políticas, ni sabiduría y elocuencia humanas, ni el poderío de las armas. Antes bien, todos estos elementos estaban organizados contra ellos.

d) Contaban sí con una especialísima protección de Dios. San Marcos termina su evangelio con estas palabras, que nos dan la clave del éxito alcanzado: “Los Apóstoles partieron y predicaron por todas partes, cooperando el Señor con ellos, y confirmando su palabra con los milagros que la acompañaban” (Marcos 16,20).

En consecuencia, la admirable propagación de la Iglesia Católica es obra divina.



II. El testimonio de sus mártires

Llamamos mártires a los cristianos que soportaron tormentos y muerte por confesar la fe de Jesucristo. Su número es muy grande y de todas las edades y condición social. Entre ellos muchos ancianos, niños y jóvenes vírgenes a quienes una muerte cruel no podía menos de horrorizar; también personas que podían defenderse por las armas, pero que no quisieron hacerlo.

De ellos tengamos presente las siguientes circunstancias:

a) Sufrían los tormentos más crueles y dolorosos, como ser quemados vivos a fuego lento, ser desollados, ser mortificados durante varios días en todos los miembros de su cuerpo.

b) Sufrían estos martirios dando ejemplo de todas las virtudes, especialmente de una inalterable paciencia y amor a sus enemigos. Muchos sufrieron muerte reservada sólo a los esclavos, por eso no han quedado ni los nombres de esos mártires.

c) Sufrían con invicta fortaleza, sin que una queja escapara de sus labios; y con la circunstancia de que les bastaba una palabra para verse libres de todos los tormentos.

El martirio en estas condiciones prueba el origen divino de la Iglesia Católica, porque los mártires murieron por confesar la fe católica con una fortaleza que sólo Dios les podía infundir. Era tan evidente la intervención de Dios en estos casos, ya por la invicta fortaleza de los mártires, ya por los milagros que frecuentemente acompañaban los martirios, que a la vista de estos muchos paganos se convertían y reclamaban también la gracia del martirio. Por eso Tertuliano exclamaba: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”.



III. Su prodigiosa fecundidad para el bien

Son muchas las almas que se han abrazado a la cruz de Cristo, hasta llegar al desasimiento completo de sí mismas, y al perfecto amor de Dios:

San Francisco de Asís, por amor a Cristo pobre y desnudo, llegó a enamorarse de la pobreza como ningún avaro se apasionó por las riquezas. San Francisco de Sales, Santa Teresa y otros santos hacen el voto sobremanera arduo de hacer siempre lo más perfecto y lo cumplen con fidelidad; San Alfonso, el de no perder ni un minuto de su tiempo; San Bernardo y San Ignacio de Loyola no pierden de vista a Dios un solo momento en medio de un pavoroso recargo de ocupaciones. San Alejo dura varios años como sirviente en la casa paterna sin dejarse conocer. Hay que leer la vida de los santos para ver como todos ellos han llegado a la más asombrosa mortificación y al ejercicio perfecto de las virtudes, todo por el amor a Jesucristo que era para ellos su gran tesoro. Y cuantos miles y miles de personas se consumen escondidamente y sin que nadie los conozca, en este mismo ideal de amar a Dios y entregarse a su servicio.

Pues bien, esta eminente santidad de que la Iglesia da a diario abundantes pruebas, no se puede explicar sin una ayuda especial de Dios.