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sábado, 19 de marzo de 2011

HISTORIA DEL SANTO ROSARIO

El Rosario, tal como lo conocemos y oramos hoy, no
es una plegaria que haya surgido de la noche a la mañana. Es fruto de una larga
evolución y búsqueda del pueblo cristiano que anhela siempre inspirar su
plegaria en la Palabra de Dios. De hecho, los primeros cristianos oraron los
salmos como lo hacían los judíos en ese mismo periodo de tiempo.


Cuando en el siglo IX, los 150 salmos bíblicos
pasaron a ser parte del oficio monástico, los laicos que vivían en los
alrededores de los monasterios reconocían y apreciaban la belleza de la oración
bíblica y querían encontrar en dichos salmos un rico y sustancioso alimento
para su piedad. Estos laicos tuvieron el problema de que o no sabían leer o no
entendían bien el latín o no tenían el dinero suficiente para comprar un
manuscrito de los salmos pues no existía, en esa época, la imprenta. Por otro
lado, a muchas personas se les dificultó aprenderse de memoria los salmos
largos del salterio.


Se cuenta que cierto día, allá por el año 800, un
monje irlandés sugirió a los laicos del vecindario que rezaran 150
Padrenuestros en lugar de los 150 salmos. Para contar los Padrenuestros se
empezó llevando una bolsa de cuero con 150 piedrecitas. Más tarde, se
utilizaron cordones con 50 ó 150 nudos y, más tarde aún, cordones con los que
se engarzaban 50 trocitos o cuentas de madera.



La costumbre de rezar el Padrenuestro en lugar de
los salmos se difundió rápidamente no sólo entre los laicos sino también en los
monasterios pues los religiosos “legos” (o que no sabían leer) se hallaban en
condiciones muy parecidas a las de los laicos. Así, en 1096, en la comunidad de
Cluny se prescribe que al morir un miembro de la comunidad, los sacerdotes
celebren por él la Santa Misa y los religiosos no ordenados reciten 50 salmos o
50 Padrenuestros. Los templarios y los cistercienses tomaron decisiones
similares.



Bajo el influjo de la devoción mariana, cada vez más
viva, pronto se añadió a la recitación del Padrenuestro la del Avemaría,
constituida por el saludo del ángel (Lucas 1, 28) y la alabanza obsequiosa de
Santa Isabel (Lucas 1, 42), a la cual sigue la súplica eclesial Santa María.
Hay
evidencia sustancial, por tanto, de que los creyentes en Cristo llegaron a
reconocer a María como la Madre de Dios. Posteriormente la Iglesia, en el
Concilio de Éfeso, declaró oficialmente esto en el año 431 DC. Finalmente
llegamos a la última parte, “ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora
de nuestra muerte.” Queriendo hacer del Ave María una verdadera oración, se
añadió eventualmente una petición y así apareció en su forma completa a
mediados del siglo dieciséis. El Ave María es sin duda una oración bíblicamente
enraizada, una salutación y una petición a la Bendita Virgen por quien nació el
Redentor de la humanidad. Es una oración de todos los cristianos.


El Santo Rosario, compuesto en su fondo y substancia de la oración de Jesucristo y de la
salutación angélica -esto es, el Padrenuestro y el Avemaría- y la meditación de
los misterios de Jesús y María, es sin duda la primera oración y la devoción
primera de los fieles, que desde los apóstoles y los discípulos se transmitió
de siglo en siglo hasta nosotros. No obstante, el Santo Rosario, en la forma y
método que lo recitamos al presente, sólo fue inspirado a la Iglesia en 1214
por la Santísima Virgen, que lo dio a Santo Domingo de Guzmán para convertir a
los herejes albigenses y a los pecadores. Ocurrió en la forma siguiente, según
cuenta el Beato Alano de la Roche en su famoso libro titulado De Dignitate
Psalterii. Viendo Santo Domingo que los crímenes de los hombres obstaculizaban
la conversión de los albigenses, entró en un bosque próximo a Tolosa y pasó en
él tres días y tres noches en continua oración y de penitencia, no cesando de
gemir, de llorar y de macerar su cuerpo con disciplinas para calmar la cólera
de Dios; de suerte que cayó medio muerto. La Santísima Virgen, acompañada de
tres princesas del cielo, se le apareció entonces y le dijo: "¿Sabes tú,
mi querido Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para
reformar el mundo?" "Oh Señora, respondió él, Vos lo sabéis mejor que
yo, porque después de vuestro Hijo Jesucristo fuisteis el principal instrumento
de nuestra salvación." Ella añadió: "Sabe que la pieza principal de
la batería fue la salutación angélica, que es el fundamento del Nuevo
Testamento; y por tanto, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos,
reza mi salterio." El Santo se levantó muy consolado y, abrasado de celo
por el bien de aquellos pueblos, entró en la Catedral. En el mismo momento,
sonaron las campanas por intervención de los ángeles para reunir a los
habitantes, y al principio de la predicación se levantó una espantosa tormenta;
la tierra tembló, el sol se nubló, los repetidos truenos y relámpagos hicieron
estremecer y palidecer a los oyentes; y aumentó su terror al ver una imagen de
la Santísima Virgen expuesta en lugar preeminente, levantar los brazos tres
veces hacia el cielo, para pedir a Dios venganza contra ellos si no se
convertían y recurrían a la protección de la Santa Madre de Dios. El cielo
quería por estos prodigios aumentar la nueva devoción del Santo Rosario y
hacerla más notoria. La tormenta cesó al fin por las oraciones de Santo
Domingo. Continuó su discurso y explicó con tanto fervor y entusiasmo la
excelencia del Santo Rosario, que los moradores de Tolosa lo aceptaron casi
todos, renunciaron a sus errores, y en poco tiempo se vio un gran cambio en la
vida y las costumbres de la ciudad.




BIBLIOGRAFIA:


El Secreto Admirable del Santísimo Rosario para convertirse y salvarse.
San Luis María de Monfort. Primera decena. Segunda Rosa. Edición autorizada a
Librería Espiritual. Quito. Ecuador.


El Rosario. P. Pío Suárez. Colombia. 1981.








viernes, 18 de marzo de 2011

Palabra del 16 de Marzo de 2011



Encontrarás el discenimiento que dimos  a  Romanos 1, 1-15

LA IGLESIA CATOLICA

¿Qué es la Iglesia Católica?


Las palabras Iglesia
y católica derivan del griego. Iglesia
significa reunión, congregación de personas.; y católica significa universal.


El 9º artículo del Credo: “Creo en la Iglesia Católica, la comunión de los santos”, nos enseña que Jesucristo (verdadero Dios y verdadero Hombre) fundó en la tierra una sociedad
espiritual y visible, llamada Iglesia Católica; y que todos los que pertenecen
a ella están en comunicación entre sí.


Por sociedad se entiende una agrupación de personas que se reúnen para realizar un fin
determinado, mediante el cumplimiento en ciertas obligaciones.


Entonces, la Iglesia es la sociedad espiritual y visible de todos los bautizados, que profesan la doctrina de Jesucristo y obedecen al Papa, con el fin de participar de los méritos de Cristo y salvarse.


En la anterior definición encontramos  la naturaleza de
la Iglesia, pues decimos que es una sociedad espiritual y visible. Espiritual
porque se propone un fin espiritual y usa medios espirituales para alcanzarlo.
Visible, porque se distingue exteriormente de las demás sociedades. Encontramos
las condiciones para pertenecer a ella: ser bautizado, profesar la doctrina de
Jesucristo y obedecer al Papa. Y, encontramos el fin que se propone: la
salvación eterna mediante los méritos de Cristo.


También debemos tener presente que la palabra “Iglesia” es el término
frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para
designar la asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios, sobre todo
cuando se trata de la asamblea del Sinaí, en donde Israel recibió la Ley y fue
constituido por Dios como su pueblo santo (ver Exodo 19). Dándose a sí misma el
nombre de "Iglesia", la primera comunidad de los que creían en Cristo
se reconoce heredera de aquella asamblea. En ella, Dios "convoca" a
su Pueblo desde  todos los confines de la
tierra.


En el lenguaje cristiano, la palabra "Iglesia"
designa no sólo la asamblea litúrgica (ver 1 Corintios 11, 18; 14, 19. 28. 34.
35), sino también la comunidad local (ver 1 Corintios 1, 2; 16, 1) o toda la
comunidad universal de los creyentes (ver 1 Co 15, 9; Gálatas 1, 13; Filipenses
3, 6). Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La "Iglesia" es el pueblo que
Dios reúne en el mundo entero.
La Iglesia de Dios existe en las comunidades
locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La
Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser
ella misma Cuerpo de Cristo.





¿Cuál fue el origen de la Iglesia?


Para penetrar en el Misterio de la Iglesia, conviene
primeramente contemplar su origen dentro del designio de la Santísima Trinidad
y su realización progresiva en la historia.


"El Padre eterno creó el mundo por una decisión
totalmente libre y misteriosa de su sabiduría y bondad. Decidió elevar a los
hombres a la participación de la vida divina" a la cual llama a todos los
hombres en su Hijo: "Dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la santa
Iglesia".  Esta "familia de Dios" se constituye y se realiza gradualmente a lo largo de las etapas de la historia humana, según las disposiciones del Padre: en efecto, la Iglesia ha
sido "prefigurada ya desde el origen del mundo y preparada
maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza;
se constituyó en los últimos tiempos, se manifestó por la efusión del Espíritu
y llegará gloriosamente a su plenitud al final de los siglos" (Lumen
Gentium 2).


"El mundo fue creado en orden a la Iglesia" decían los cristianos de los primeros tiempos (Hermas, vis.2, 4,1; ver Arístides, apol. 16, 6; Justino, apol. 2, 7). Dios creó el
mundo en orden a la comunión en su vida divina, "comunión" que se
realiza mediante la "convocación" de los hombres en Cristo, y esta
"convocación" es la Iglesia. La Iglesia es la finalidad de todas las
cosas (ver San Epifanio, haer. 1,1,5), e incluso las  vicisitudes dolorosas como la caída de los ángeles y el pecado del hombre, no fueron permitidas por Dios más que como ocasión
y medio de desplegar toda la fuerza de su brazo, toda la medida del amor que
quería dar al mundo:


          Así como la voluntad de Dios es un acto y se llama mundo, así su intención es la salvación de los hombres y se llama Iglesia (Clemente de Alejandría. paed.
1, 6).

La reunión del pueblo de Dios comienza en el instante en
que el pecado destruye la comunión de los hombres con Dios y la de los hombres
entre sí. La reunión de la Iglesia es por así decirlo la reacción de Dios al
caos provocado por el pecado. Esta reunificación se realiza secretamente en el
seno de todos los pueblos: "En cualquier nación el que le teme [a Dios] y
practica la justicia le es grato" (Hechos 10, 35; confrontar  Lumen Gentium 9; 13; 16).



La preparación lejana de la reunión del pueblo de Dios
comienza con la vocación de Abraham, a quien Dios promete que llegará a ser
Padre de un gran pueblo (ver Génesis 12, 2; 15, 5-6). La preparación inmediata
comienza con la elección de Israel como pueblo de Dios (ver Exodo 19, 5-6;
Deuteronomio 7, 6). Por su elección, Israel debe ser el signo de la reunión
futura de todas las naciones (ver Isaías 2, 2-5; Miqueas 4, 1-4). Pero ya los
profetas acusan a Israel de haber roto la alianza y haberse comportado como una
prostituta (ver Oseas 1; Isaías1, 2-4; Jeremías 2; etc.). Anuncian, pues, una
Alianza nueva y eterna (ver Jeremías 31, 31-34; Isaías 55, 3). "Jesús
instituyó esta nueva alianza" (Lumen Gentium 9).


¿Quién la fundo?


La Iglesia Católica la fundó Nuestro Señor Jesucristo, así:


"El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras" (Lumen Gentium
5). Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo "presente ya en misterio" (Lumen Gentium 3). El germen y el comienzo del Reino son el "pequeño rebaño" (Lucas 12, 32), de los que Jesús ha venido a
convocar en torno suyo y de los que él mismo es el pastor (ver Mateo 10, 16; 26,31; Juan 10, 1-21). Constituyen la verdadera familia de Jesús (ver Mateo 12, 49). A los que reunió así en torno suyo, les enseñó no sólo una nueva "manera de obrar", sino también una oración propia (ver Mateo 5-6).


El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación del Reino. Ante todo está la elección de
los Doce con Pedro como su Cabeza (ver Mc 3, 14-15); puesto que representan a
las doce tribus de Israel (ver Mateo 19, 28; Lucas 22, 30), ellos son los
cimientos de la nueva Jerusalén (ver Apocalipsis 21, 12-14). Los Doce (ver
Marcos 6, 7) y los otros discípulos (ver Lucas 10,1-2) participan en la misión
de Cristo, en su poder, y también en su suerte (ver Mateo 10, 25; Juan 15, 20).
Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia.


Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don total de
Cristo por nuestra salvación, anticipado en la institución de la Eucaristía y
realizado en la Cruz. "El agua y la sangre que brotan del costado abierto
de Jesús crucificado son signo de este comienzo y crecimiento" (Lumen
Gentium 3)."Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el
sacramento admirable de toda la Iglesia" (Sacrosanctum Concilium 5). Del
mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia
nació del corazón traspasado de Cristo muerto en la Cruz (ver San Ambrosio, Luc
2, 85-89).


 ¿Cómo fue su desarrollo?


"Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia" (Lumen Gentium 4). Los Apóstoles comenzaron a  cumplir
la misión recibida del Señor el mismo día de Pentecostés, con éxito tan
admirable, que sólo san Pedro convirtió 3000 personas en su primera predicación
(Hechos 2, 41) y 5000 en la segunda (Hechos 4, 4).


Luego los Apóstoles se esparcieron por todo el mundo e iban fundando comunidades cristianas donde predicaban.  Estas comunidades eran regidas por Obispos consagrados
por ellos (que debían enseñar, santificar y gobernar a los fieles), y estaban
unidas entre sí por una misma fe, unos mismos sacramentos (bautismo,
confirmación, confesión, comunión, unción de los enfermos, orden sacerdotal y
matrimonio), y por la obediencia a un jefe común: Pedro y sus sucesores.



¿Qué cualidades quiso Jesucristo que adornaran a su Iglesia?


Jesucristo quiso que su Iglesia estuviera adornada con cuatro cualidades; que fuera visible,
perpetua, invariable e infalible.


1º. Su visibilidad
consiste en que es una sociedad visible y exterior. En efecto, Jesucristo:


a)   Estableció
un signo visible para entrar a ella: el
bautismo.


b)   Puso
a su cabeza autoridades visibles: los
Apóstoles y sus sucesores.


c)   Le procuró medios exteriores de santificación: la predicación, los sacramentos,
la obediencia a sus jefes.


Cristo quiso que su Iglesia fuera visible para que los hombres pudieran verla y oírla, reconocer su autoridad y acudir a sus sacerdotes.


2º. Su perpetuidad consiste en que perdurará siempre, pues tiene la promesa de Cristo: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos” (Mateo 28, 20).


La Iglesia debe ser perpetua en razón de su fin, pues debe salvar a todos los hombres hasta el fin de los tiempos.


3º. Su invariabilidad consiste en que ha conservado y conservará invariable el tesoro
que recibió de Cristo, a saber: el dogma, la moral, los sacramentos y la
organización interna.


4º. Su infalibilidad consiste en no poder errar en asuntos pertinentes a la fe y la
moral





¿Qué propiedades posee la Iglesia fundada por Jesucristo?


La Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo es Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana.





1º. Es Una, porque Jesucristo no quiso fundar sino una sola
Iglesia con una sola doctrina y un solo jefe.


Jesucristo prometió a Pedro que sobre él edificaría “su Iglesia”, no sus Iglesias. Cristo expresó su deseo de que todos los hombres formen “Un solo rebaño bajo un solo pastor”
(Juan 10, 16) y manifiesta que “Todo reino dividido contra sí mismo queda
asolado” (Mateo 12, 25).


Y san Pablo
recomendando a los fieles de Éfeso una estricta unidad, emplea la fórmula: “Un solo
Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Efesios 4, 5) en que está claramente
indicada la triple unidad de doctrina (una sola fe), de gobierno (un solo Señor),
y de culto (un solo bautismo).


La Iglesia es una debido a
su origen: "El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de
un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de
personas" (Unitatis Redintegratio 2). La Iglesia es una debido a su
Fundador: "Pues el mismo Hijo encarnado, Príncipe de la paz, por su cruz
reconcilió a todos los hombres con Dios... restituyendo la unidad de todos en
un solo pueblo y en un solo cuerpo" (Gaudium et Spes 78, 3). La Iglesia es
una debido a su "alma": "El Espíritu Santo que habita en los
creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión
de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la
unidad de la Iglesia" (Unitatis Redintegratio 2). Por tanto, pertenece a
la esencia misma de la Iglesia ser una:


¡Qué sorprendente misterio!
Hay un solo Padre del universo, un solo Logos del universo y también un solo
Espíritu Santo, idéntico en todas partes; hay también una sola virgen hecha
madre, y me gusta llamarla Iglesia (Clemente de Alejandría, paed. 1, 6, 42).


Desde el principio, esta
Iglesia una se presenta, no obstante, con una gran diversidad que procede a la
vez de la variedad de los dones de Dios y de la multiplicidad de las personas
que los reciben. En la unidad del Pueblo de Dios se reúnen los diferentes
pueblos y culturas. Entre los miembros de la Iglesia existe una diversidad de
dones, cargos, condiciones y modos de vida; "dentro de la comunión
eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias
tradiciones" (Lumen Gentium 13). La gran riqueza de esta diversidad no se
opone a la unidad de la Iglesia. No obstante, el pecado y el peso de sus
consecuencias amenazan sin cesar el don de la unidad. También el apóstol debe
exhortar a "guardar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz"
(Ef 4, 3).


¿Cuáles son estos vínculos
de la unidad? "Por encima de todo esto revestíos del amor, que es el
vínculo de la perfección" (Col 3, 14). Pero la unidad de la Iglesia
peregrina está asegurada por vínculos visibles de comunión:


-        la profesión de una misma fe recibida de
los apóstoles;


-        la celebración común del culto divino,
sobre todo de los sacramentos;


-        la
sucesión apostólica por el sacramento del orden, que conserva la concordia
fraterna de la familia de Dios (ver Unitatis Redintegratio 2; Lumen Gentium 14;
Código de Derecho Canónico, can. 205).


Todos los católicos del mundo admiten un mismo Credo y una misma doctrina; basta con negar una sola verdad de la fe para dejar de ser católico. Todos los católicos admiten un solo sacrificio, un mismo sacerdocio, unos mismos siete sacramentos. Todos admiten
un solo maestro y jefe supremo: el Papa.


El decreto sobre Ecumenismo del Concilio Vaticano II explicita: "Solamente por medio de la Iglesia
católica de Cristo, que es auxilio general de salvación, puede alcanzarse la
plenitud total de los medios de salvación. Creemos que el Señor confió todos
los bienes de la Nueva Alianza a un único colegio apostólico presidido por Pedro,
para constituir un solo Cuerpo de Cristo en la tierra, al cual deben
incorporarse plenamente los que de algún modo pertenecen ya al Pueblo de
Dios" (Unitatis Redintegratio 3).





Las
heridas a la unidad


De hecho, "en esta una y única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos algunas escisiones que el apóstol reprueba severamente como condenables; y en siglos
posteriores surgieron disensiones más amplias y comunidades no pequeñas se
separaron de la comunión plena con la Iglesia católica y, a veces, no sin culpa
de los hombres de ambas partes" (Unitatis Redintegratio 3). Tales rupturas
que lesionan la unidad del Cuerpo de Cristo (se distingue la herejía, la
apostasía y el cisma [ver Código de Derecho Canónico can. 751]) no se producen
sin el pecado de los hombres.


Los que nacen hoy en las
comunidades surgidas de tales rupturas "y son instruidos en la fe de
Cristo, no pueden ser acusados del pecado de la separación y la Iglesia
católica los abraza con respeto y amor fraternos... justificados por la fe en
el bautismo, se han incorporado a Cristo; por tanto, con todo derecho se honran
con el nombre de cristianos y son reconocidos con razón por los hijos de la
Iglesia católica como hermanos en el Señor" (Unitatis Redintegratio 3).


Además, "muchos elementos de santificación y de verdad" (Lumen Gentium 8) existen fuera de
los límites visibles de la Iglesia católica: "la palabra de Dios escrita,
la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad y otros dones interiores
del Espíritu Santo y los elementos visibles" (Unitatis Redintegratio  3; ver Lumen Gentium 15). El Espíritu de
Cristo se sirve de estas Iglesias y comunidades eclesiales como medios de
salvación cuya fuerza viene de la plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha
confiado a la Iglesia católica. Todos estos bienes provienen de Cristo y
conducen a Él (ver Unitatis Redintegratio 3) y
de por sí impulsan a
"la unidad católica"
(Lumen Gentium 8).





2º.  Es
Santa.
"La fe confiesa que la Iglesia... no puede dejar de ser santa.
En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se
proclama 'el solo santo', amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó por
ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del
don del Espíritu Santo para gloria de Dios" (Lumen Gentium 39). La Iglesia
es, pues, "el Pueblo santo de Dios" (Lumen Gentium 12), y sus
miembros son llamados "santos" (ver Hechos 9, 13; 1 Corintios 6, 1;
16, 1). En la Iglesia es en donde está depositada "la plenitud total de
los medios de salvación" (Unitatis Redintegratio 3). Es en ella donde
"conseguimos la santidad por la gracia de Dios" (Lumen Gentium 48). “La
Iglesia, en efecto, ya en la tierra se caracteriza por una verdadera santidad,
aunque todavía imperfecta" (Lumen Gentium 48). En sus miembros, la
santidad perfecta está todavía por alcanzar: "Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados
cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad, cuyo modelo es
el mismo Padre
" (Lumen Gentium 11).





"Mientras que Cristo,
santo, inocente, sin mancha, no conoció el pecado, sino que vino solamente a
expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los
pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin
cesar la conversión y la renovación" (Lumen Gentium 8; ver Unitatis
Redintegratio  3; 6). Todos los miembros
de la Iglesia, incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores (ver 1 Juan
1, 8-10). En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la
buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos (ver Mateo 13, 24-30).
La Iglesia, pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de
Cristo, pero aún en vías de santificación:


La Iglesia es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores; porque ella no
goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente, si se
alimentan de esta vida se santifican; si se apartan de ella, contraen pecados y
manchas del alma, que impiden que la santidad de ella se difunda radiante. Por
lo que se aflige y hace penitencia por aquellos pecados, teniendo poder de
librar de ellos a sus hijos por la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo
(Credo del Pueblo de Dios: Profesión solemne de fe de Pablo VI  19).





Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes
y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder
del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los
fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores (ver Lumen Gentium
40; 48-51). "Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de
renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la
Iglesia" (Fieles Laicos  16, 3). En efecto, "la santidad de la Iglesia es el secreto manantial y la medida
infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu misionero" (Fieles
Laicos 17, 3).





"La Iglesia en la Santísima Virgen llegó ya a la
perfección, sin mancha ni arruga. En cambio, los creyentes se esfuerzan todavía
en vencer el pecado para crecer en la santidad. Por eso dirigen sus ojos a
María" (Lumen Gentium 65): en ella, la Iglesia es ya enteramente santa.


3º. Es Católica


La Iglesia es católica en un doble sentido:


Es católica porque Cristo
está presente en ella. "Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia
Católica" (San Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8, 2). En ella subsiste la
plenitud del Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza (ver Efesios 1, 22-23), lo que
implica que ella recibe de Él "la plenitud de los medios de
salvación" (Ad Gentes 6) que Él ha querido: confesión de fe recta y
completa, vida sacramental íntegra y ministerio ordenado en la sucesión
apostólica. La Iglesia, en este sentido fundamental, era católica el día de
Pentecostés (ver Ad Gentes 4) y lo será siempre hasta el día de la Parusía.





Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano (cf Mt 28, 19):


Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios. Por eso este pueblo, uno y
único, ha de extenderse por todo el mundo a través de todos los siglos, para
que así se cumpla el designio de Dios, que en el principio creó una única
naturaleza humana y decidió reunir a sus hijos dispersos... Este carácter de
universalidad, que distingue al pueblo de Dios, es un don del mismo Señor.
Gracias a este carácter, la Iglesia Católica tiende siempre y eficazmente a
reunir a la humanidad entera con todos sus valores bajo Cristo como Cabeza, en
la unidad de su Espíritu (Lumen Gentium 13).





4º.
Es Apostólica.


La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:


-Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los apóstoles" (Efesios
2, 20; Hechos 21, 14), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo
Cristo (ver Mateo 28, 16-20; Hechos 1, 8; 1 Corintios 9, 1; 15, 7-8; Gálatas 1,
l; etc.).


-Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la
enseñanza (ver Hechos  2, 42), el buen
depósito, las sanas palabras oídas a los apóstoles (ver 2 Timoteo 1, 13-14).


-Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta
de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el
colegio de los obispos, "a los que asisten los presbíteros juntamente con
el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia" (Ad Gentes 5):


Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de
aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el
Evangelio (Misal Romano, Prefacio de los apóstoles).


5º. Es Romana.


La Iglesia es Romana porque en Ella, el principio y
fundamento perpetuo visible de unidad en la fe, la moral, la verdad y las sanas
costumbres cristianas siempre ha estado presidido por el Romano Pontífice
legítimo sucesor de san Pedro. El Papa puede, si así fuere necesario, retirarse
de la ciudad de Roma; mas no dejar su título de Obispo de Roma, ni las
prerrogativas inherentes a él.


Es Romana porque cuando los obispos (sucesores de los Apóstoles) han
necesitado luz, apoyo, una palabra orientadora, una decisión última, siempre
han acudido al Obispo de Roma por ser él el sucesor de san Pedro.


Además, porque las Iglesias particulares son plenamente católicas gracias a la comunión con una de ellas: la Iglesia de Roma "que preside en la caridad" (San Ignacio de Antioquía, Rom. 1, 1). "Porque con esta Iglesia en razón de su origen más excelente debe necesariamente acomodarse toda Iglesia, es decir, los fieles de todas partes" (San Ireneo, haer. 3, 3, 2; citado por Cc. Vaticano I: DS 3057). "En efecto, desde la venida a
nosotros del Verbo encarnado, todas las Iglesias cristianas de todas partes han
tenido y tienen a la gran Iglesia que está aquí [en Roma] como única base y
fundamento porque, según las mismas promesas del Salvador, las puertas del
infierno no han prevalecido jamás contra ella" (San Máximo el Confesor,
opusc.).


Nota: Se entiende por Iglesia particular, que es en
primer lugar la diócesis (o la eparquía), una comunidad de fieles cristianos en
comunión en la fe y en los sacramentos con su obispo ordenado en la sucesión
apostólica (ver Christus Dominus 11; Código de Derecho Canónico can. 368-369;
Corpus Canonum Eclesiarum Orientalium, cán. 117, § 1. 178. 311, § 1. 312)


 BIBLIOGRAFÍA:


CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA. Numerales 748-870


CONCILIO VATICANO II


Constitución Pastoral  Gaudium
et Spes


Constitución Dogmática Lumen Gentium


Decreto  Ad
gentes


Decreto   Unitatis
Redintegratio
 


CURSO SUPERIOR DE
RELIGION. FARIA,  Pbro. Rafael. Cuarta
Edición. Páginas 132-156. Librería Voluntad S.A. Bogotá. 1947.